domingo, 31 de julio de 2011

pedro sanchez: pedro sanchez: TEXTOS

La mirada en Velázquez
A propósito de los paisajes de la Villa de Médicis
A veces la novedad es lo mismo mirado y visto -este matiz importa- de otra manera y así construir otra form. Cubismo dixit.
La sorpresa, por el contrario es salteadora. Se presenta con su trabuco y dice: Dónde vas gilipollas?
Entonces re-accionamos y la cara de gilipollas es nuestra.
Velázquez, nace a la pintura observando objetos en el taller sevillano de Pacheco. Una y otra vez mira, remira, compara, analiza, ejecuta. Precisión respira. Solo mira. Mira sin ver más allá de cuanto mira; es decir, mira cuanto ve sin verlo.
Cuando va a Italia, su pupila se dilata y entra la luz, lo delatan sus espléndidos torsos desnudos en Vulcano o en José. Con la luz comienza a ver. A ver de otra manera lo que mirando no ve. Aprende que tras la mirada está la luz, que no solo es matices para el color, sino un rumor que vibra, una canción susurrante que se posa en las figuras y las obliga al canto. Contempla el mirar de Tiziano o Tintoretto, la luz tonal del Sarto y el “sarto” viene a su mirar.
De repente está en la Villa de Médicis, maravilla de lugar. Mira, mira. El paisaje huele, soniquetea, susurra, habla. Él enmudece, murmura, qué es lo que ve mi mirar? Esto es locura, el paisaje tiene alma como el Rey o Sebastián. Cómo pintar la locura de cuanto ve mi mirar?
Su mirada abría las pupilas, contradiciendo a la ciencia, para que entrase más luz. Lentamente comienza a ver. Cambia la mirada, su enfoque, la profundidad de campo. Su mirada no es que se transforme en gran angular, sino en profundo angular. En penetrante mirar.
Qué hay tras las cosas. Qué en este lugar? Qué gravita en este espacio, qué silba el aire?
Como antes me preguntaba en ese Bobo de Coria o en el niño de Vallecas. Qué había tras esos ojos, en esas miradas, qué mundo iba en su vuelos? Cómo pintar sus miradas. Qué veían…?
Tenía que mirar y mirar viendo. Luego pintarlos. Qué difícil y qué inútil, pintar sin ver, aun cuando fuera pintar mirando (se decía).
Ahora estoy en Italia, en esta ciudad fascinante, y este recoleto espacio, este minúsculo recinto, apenas sombra de las fastuosidades romanas, qué me dice, qué me susurra, què hay en este espacio de tiempo detenido, cómo pintarlo, cómo pintar lo que estoy viendo. Veo lo que no veo. Qué es lo que veo?; primero fijarlo, luego pintarlo.
Aquí vuela un susurro, un canto silencioso por donde juega la luz, algo más que un paisaje, que unos árboles, que unos arrayanes; hay ecos, voces, olores, ritmos, la vida respira instante detenido en el espacio. Tengo que pintarlo. Comienzo a ver. Tengo que pintarlo… Tengo que pintarlo. Mañana traeré mis pinceles…
Ya estoy aquí. Cómo no me había dado cuenta. El paisaje también huele, también habla, también mira, tiene su propia voz, su propia luz, como los seres que pinto. Cómo no me había dado cuenta. Mirar no basta, hay que ver. Veo, veo. Ahora debo pintarlo. Con serenidad penetrante. Pintar lo que no veo, bueno, lo que veo tras lo que miro. Mirar viendo, he ahí el secreto.
El tiempo detenido. Pintar el susurro de tiempo que atraviesa este lugar. Un fragmento, un instante de tiempo. Tengo que pintarlo ahora que lo he captado. Captar el tiempo en el espacio, condensarlo, desmaterializar su fisicidad para vestirle de esencialidad. Que actúe la luz. Depurar para apurar. Ir al olor, al silencio, pintar el silencio, la vibración temporal de la emoción que me procura. Atrapar lo que se escapa, lo que sé viendo.
Ver lo esencial, lo esencial es ver, mirar solo no basta. He mirado y he visto. Desde ahora he de perseguir esencialidades, respiraciones, susurros, temblores. He de pintar los fantasmas que nos mueven, que mueven este paisaje. Fantasmas que no lo son que habitan y están presentes aunque sean escurridizos. Pintar lo escurridizo. Saber mirar para encontrarlo. Atrapar con pinceladas lo furtivo.
Ahora debo estar preparado para ver qué hay en el cuarto del Alcázar, qué pulula en su espacio, pintar que transita su silencio, cuando pinte Las Meninas, qué luces lo atraviesan, qué se cuentan, qué se hablan. Qué hay en ese gesto del dios Marte o en el rostro de Inocencio X. Qué hay tras las figuras, qué es el espacio, qué la luz, qué hay tras lo que miro y no veo. Ver, mirar. Quiero, necesito ver, seguir viendo lo que no veía, lo que aún no veo. Pintar con los ojos, con la cabeza, con el corazón? miro con mis ojos, pero ver con qué veo? Mas veo y quiero pintarlo. Pintarlo como lo veo, como lo veré.
Mañana pensaré en Las Hilanderas… tengo que seguir aprendiendo a mirar. Cambiar la mirada para poder ver.
Pese a todo, no hay mérito en Velázquez. En él está cuanto acontece. Mira y ve, porque puede y le es dado. Lo que nos es dado lo es y no puede ser de otra manera. Es lo que es, y eso es lo que le hace ser quién es: Velázquez, el de la otra mirada. Nació mirón y creció verón -hombre de ver hondón-. El flemático sin mérito. Hacer lo que se sabe como Velázquez es cabronada para otros y obviedad para sí mismo. Auscultador irredento del mirador desde donde se ve. La atalaya panorámica que percibe cuanto otros no vemos. El cabrón de turno. O sea.7jul11

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